miércoles, 21 de marzo de 2012

La pieza que falta

Existe una frase trillada en el mundo del deporte que dice que los jóvenes ganan partidos y los veteranos, campeonatos.

Derek Fisher ha sido, en los últimos dos años, el jugador más criticado y señalado por toda la afición de Los Angeles Lakers a la hora de señalar el lunar en la que, ellos creían, era la cara más bonita de la tierra.

Es cierto que Fisher ya no tiene las piernas de antes. Es cierto, también, que le cuesta mucho defender a bases armadores veloces y que no se caracteriza por ser un estratega que distribuya más de una decena de asistencias por encuentro.

Pero eso no quita que Fisher sepa cómo se construye, desde el campo de batalla, un equipo de campeonato.

Su presencia es mucho más que los números en una planilla. Es una voz de peso en el vestuario, un jugador que sabe cómo lidiar con líderes -lo hizo por años con Kobe Bryant, el hombre referencia más importante en la NBA- y con años de batallas de playoffs.
El Thunder necesita todo esto para ir en busca de un campeonato. Scott Brooks es un buen entrenador, pero desde afuera de la cancha no puede transmitir la templanza que Fisher puede darle al combo eléctrico de Oklahoma City. Hoy en día, el Thunder tiene sólo quinta y sexta velocidad en su caja de cambios, pero para ganar un título se necesita tener punto muerto, primera, segunda, y así sucesivamente.

El partido frente al Jazz fue un claro ejemplo de por qué el Thunder todavía no está preparado. No voy a caer en el tremendo caño que le hizo Jamaal Tinsley a Nazr Mohammed, que terminó en griterío del público en Salt Lake City, pero sí me voy a meter en lo que hizo Oklahoma City en ofensiva.

"Fueron un equipo físico y tuvimos que emparejar eso, pero hicieron un gran trabajo a la hora de enfocarse en defensa", dijo Brooks al cierre del juego.

Es cierto, el Jazz merece crédito en el juego sin balón, pero también hay que señalar lo que está haciendo el Thunder en ataque, sobre todo cuando no puede correr. A esta altura de la temporada, los chichones de Russell Westbrook y Kevin Durant se pueden ver a millas de distancia: el básquetbol de atacar chocando todo lo que está enfrente es tan arriesgado como poco productivo.

Lo que sucede con el Thunder es simple de observar, pero para muchos analistas se torna difícil de decir, porque este equipo no deja de ser simpático desde hace años. La realidad es que Oklahoma City juega al básquetbol sin armador, porque Westbrook es un escolta disfrazado de base y porque James Harden, su sustituto natural, también es un francotirador con destellos de cerebro.

El martes, el Thunder sólo anotó siete puntos en transición y perdió 20 pelotas. ¿Acaso puede un equipo pretender ganar algo importante con esta cantidad de errores no forzados?

En los playoffs pasados, el equipo encontró un rumbo adecuado cuando Eric Maynor, saltando desde el banco, ordenó el talento desparramado en los cuatro puntos cardinales. Esto ya no podrá ser posible porque Maynor se encuentra fuera toda la temporada por lesión, por lo que la llegada de Fisher calza como anillo al dedo en esta franquicia. No sólo es la experiencia hecha hombre, sino que permite hallar un punto de equilibrio para poder disfrutar de los dos estilos de básquetbol, no sólo del del vértigo avasallador.

A medida que pasó el tiempo, el Thunder fue profundizando una lógica preocupante: el básquetbol de estrellas por encima del básquetbol grupal. El trío Westbrook, Durant y Harden dominaron la escena y negaron, casi sin buscarlo, la idea de que el básquetbol para ser exitoso necesita que la pelota pase por varias manos. De lo contrario, es todo más sencillo para la defensa, porque hay menos preocupaciones latentes.

Por citar un ejemplo: ¿cuántos tiros abiertos tomó Thabo Sefolosha en esta temporada por descarga efectiva de adentro-afuera? Todo lo que le queda a este hombre son los restos que no comieron antes sus compañeros perimetrales. Si no queda otra opción, recibirá el balón y más vale que ejecute como corresponde, porque de lo contrario llegarán las estrellas a recriminarle su accionar. Así, todo se hace difícil.

Algo parecido ocurre con Serge Ibaka, que en otro equipo sería dominante todas las noches. La pelota le llega poco -mucho menos que antes- y si bien no está establecido en la hoja de ruta, hay una privación simbólica que se fue gestando noche a noche: no toma la cantidad de tiros que debería tomar porque siente, en el fondo, que no le corresponde.

El Jazz dejó en evidencia cómo defender a Oklahoma City con este mapa encima de la mesa. Durant fue limitado a 18 puntos -cortó una racha de 18 partidos en fila con más de 20 unidades- con 6-22 en tiros de campo, además de que lo obligaron a perder seis veces la pelota. En vez de levantar la mirada y mover el balón para buscar una mejor opción, su solución parecía ser otra a medida que recibía: agachar la cabeza y romper en uno contra uno hacia lo que sea. ¿Saben por qué sucede esto? Porque no hay un armador. Porque la estrella, si pasa el balón, no está seguro que lo va a volver a recibir. Y el juego peligroso de dedicarse a ser salvador no deja de ser una ruleta rusa. Pan para hoy, hambre para mañana.

El Thunder es, a priori, uno de los equipos más talentosos de la NBA. Saben como anotar, son atléticos para defender y corren como ninguno. Pero todavía deben evolucionar como jugadores, y más aún, como equipo. Deben ser solidarios unos a otros, despertar armas dormidas, encontrar la química para saber relegarse a un segundo plano por el bien del equipo.

Fisher puede significar el cambio de mentalidad de Oklahoma City y el jugador que falta en la segunda unidad para devolver al equipo a la serenidad. No son fáciles los cierres de partido, tampoco los playoffs, y no hay nada mejor que tener gente experimentada para afrontar situaciones extremas.

En un grupo de jóvenes de este tipo, la voz de la experiencia cobra un valor fundamental. Para poder ganar, primero, hay que saber cómo hacerlo.

La llave, entonces, está aguardando por llegar a la puerta.

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