lunes, 2 de abril de 2012

Una pelea imposible de ganar


"En estos momentos, no podemos permitirnos un lujo semejante", dijo Mike Brown, coach de los Lakers, cuando se lo consultó acerca de la posibilidad de limitar los minutos de Kobe Bryant.

Una lectura entendible, pero sin lugar a dudas equivocada. El foco de esta cuestión debería ser exactamente el inverso: los Lakers no pueden darse el lujo de poner tantos minutos en cancha a Kobe, porque tarde o temprano pagarán el costo de una apuesta tan arriesgada.

No se puede derrotar al tiempo.

Bryant, quien anotó 40 puntos en el triunfo frente a los Warriors, casi como un guiño de ojo a los críticos que apuntaron contra él luego de ese 3-21 fatídico ante Hornets (es cierto, anotó el triple más importante del juego), está padeciendo el desgaste de una situación de este tipo.
"La fatiga puede tener algo que ver con todo esto, pero tuve buenos tiros", dijo Bryant luego de acertar 0-15 en el arranque del juego ante Hornets. "Encuentras maneras de lidiar con esto. Tengo un gran equipo aquí y mucho apoyo", agregó.

Seamos francos: no hay tantas maneras de lidiar con el cansancio, por más que estemos hablando de uno de los mejores atletas de la historia de este deporte.

Hay que entender la psicología de una estrella, y más aún la de un ganador como Bryant. Esta clase de jugadores nunca quieren salir, siempre consideran que están a punto para darle cosas a su equipo y jamás escuchan al que tienen al lado. Es entendible: siempre ganaron con su libreto, y hasta no chocarse contra la pared no entienden el mensaje. No importa lo que pasó antes: disfrutan la sensación de tener el último balón del juego, la bola que transforma, en la misma noche, a los villanos en héroes.

Todo esto es entendible, porque la mentalidad de Kobe, a lo largo de las 16 temporadas que jugó en la NBA, respondió a una lógica semejante. Ojos de tigre, corazón de león, alma de guerrero. La responsabilidad de una decisión así, entonces, no puede caer en sus manos; siempre la subjetividad ganará la pulseada.

Toc, toc. ¿Mike Brown? Estamos esperando una dosis de carácter.

Los Lakers son la cara opuesta de la fórmula que han desarrollado los San Antonio Spursen las últimas temporadas. He aquí la cuestión clave de este punto: el proceso de San Antonio ha sido lento y progresivo, no fue una cosa de un día para el otro. A las estrellas hay que convencerlas con hechos, y eso requiere tiempo. Tim Duncan, en definitiva, es Gregg Popovich con muchísimo talento y más de dos metros de altura. El mensaje está tan grabado a fuego que todas las piezas lo distribuyen como profetas.

¿Cómo lograrlo? Lo que hicieron el cuerpo técnico y la dirigencia de los Spurs es lo que nadie quiere hacer: aceptar las limitaciones, soportar un par de años de adaptación y volver a tomar impulso con un equipo que se abastece de todas sus fichas.

Es la única manera de ganarle al tiempo.

Antes de lesionarse, Bynum, además, promedió en marzo 22.2 puntos y 10.9 rebotes por juego en 17 encuentros. Fue la 30° vez que Bynum juega cinco partidos en un mes, pero la primera que promedia al menos 20 unidades. Antes, su alto en un apartado así había sido de 18 puntos por juego en 12 partidos, en noviembre de 2009. Saquemos las cuentas de cuánto lo van a extrañar.

Y sin dudas, esta presión de minutos de Brown sobre las estrellas es una bomba de tiempo a punto de explotar.

Se puede entender a el entrenador que, con 13 partidos por disputarse en el calendario de serie regular, diga que no se puede permitir limitar los minutos de sus estrellas. Pero lo que es imperdonable es que no haya medido con cuentagotas el tiempo de juego de sus figuras desde el kilómetro cero de la temporada. Ahora ya es tarde, y para bien o para mal, los Lakers pagarán las consecuencias en la postemporada.

Utilicemos la lupa y veamos que los números no mienten: Kobe está lanzando 42.5% en esta temporada, su marca más baja de carrera desde que lanzó 41.7% como novato en 1996-97.

Y hay un dato más que marca el respeto excesivo que le tiene Brown a Kobe. El astro de los Lakers ha lanzado 20 o más tiros en 576 oportunidades a lo largo de su carrera, pero en esta temporada ha sido un exceso en materia de intentos-aciertos. ¿Acaso no se dan cuenta en el banco de L.A. que la pelota tiene que ir más seguido a los gigantes y no tanto al perímetro? Seguro que sí. Pero el respeto es demasiado grande como para dar una indicación semejante al dueño deportivo de Los Angeles en la última década.

Algo clave: ya no está Derek Fisher para decirle dentro de la cancha lo que el resto no se anima.

"Lo que tienen que recordar es que cuando lleguen los playoffs, estaremos todos descansados y muy bien preparados. Tenemos mucho tamaño y velocidad ahora con Ramon Sessions, por lo que habrá un problema de emparejamiento para muchos equipos", dijo Bryant.

Es cierto, Sessions le da velocidad al equipo y trae puntos bajo el brazo. Es un gran jugador de pick and roll y de rompimiento por el eje, controla muy bien el balón pero le cuesta alimentar a los gigantes angelinos. Es una buena adición, sin dudas. El problema mayor de los Lakers está en la utilización de la banca: si antes de empezar la temporada los jugadores parecían limitados, a medida que avanzamos en el calendario el entrenador nos dio a entender que realmente no sirven. O al menos no les tiene confianza. Veamos sus minutos de acción: Steve Blake (23.4), Matt Barnes (21.9), Troy Murphy (17.0), Josh McRoberts (13.0), Devin Ebanks (11.1) y Andrew Goudelock (10.0). Cada vez que se mueven para entrar, se escucha el crujir de los huesos en el Staples Center.

Kobe agregó: "No apostaría contra este equipo en la postemporada".

La verdad es que, con esta lógica, yo sí lo haría, porque el deseo muchas veces no sale de cita con la realidad. Los Lakers se han subido al ring contra el dios Cronos en una pelea imposible de ganar: por más encanto que se tenga, las arrugas, tarde o temprano, salen a la luz.

En definitiva, doce es siempre más que cinco. Como siempre decimos, el básquetbol es un deporte de equipo.

Y, tomando este caso de análisis, de profundidad.

No hay misterios.

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